POESÍA

                   ÍTACA

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de peripecias, lleno de experiencias.

No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

ni la cólera del airado Poseidón.

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes

y el feroz Posidón no podrán encontrarte

si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

si tu alma no los conjura ante ti.

Debes rogar que el viaje sea largo,

que sean muchos los días de verano;

que te vean arribar con gozo, alegremente,

a puertos que tú antes ignorabas.

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

y comprar unas bellas mercancías:

madreperlas, coral, ébano, y ámbar,

y perfumes placenteros de mil clases.

Acude a muchas ciudades del Egipto

para aprender, y aprender de quienes saben.

Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

llegar allí, he aquí tu destino.

Mas no hagas con prisas tu camino;

mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ellas, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.


Konstantíno Kaváfis

 

 

ELLA CAMINA BELLA  

Camina bella, como la noche
De climas despejados y cielos estrellados;
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz
Se reune en su aspecto y en sus ojos:
Enriquecida así por esa tierna luz
Que el cielo niega al vulgar día.
Una sombra de más, un rayo de menos,
Habría mermado la gracia sin nombre
Que se agita en cada trenza de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro;
Donde pensamientos serenamente dulces expresan
Cuán pura, cuán adorable es su morada
Y en esa mejilla, y sobre esa frente,
Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
Las sonrisas que vencen, los tintes que brillan,
Y hablan de días vividos en bondad,
Una mente en paz con todo,
¡Un corazón cuyo amor es inocente!

Lord Byron



















                                                          APOLO Y DAFNE


                                                                                 Bernini 

Soneto XIII
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban:
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro oscurecían;
de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
                                                                       Soneto XIII


A Dafne xa os brazos lle crecían
e en longos ramos voltos mostrábanse:
en verdes follas vin que se tornaban
os cabelos que o ouro escurecían;


de áspera codia cubríanse
os tenros membros que aínda bulindo estaban;
os brancos pés en terra fincábanse
e en torcidas raíces volvíanse.


Aquel que foi a causa de tal dano,
a forza de chorar, crecer facía
esta árbore, que con bágoas regaba.


Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con chorala creza cada día
a causa e a razón por que choraba!

Garcilaso de la Vega





Non lle digas nada a lúa           
que non te quere escoltar
Está  a falar coa choiva
A brétema e máis co mar.

Na conversa deles tres
Estase a falar de paz.
E todos os tres arelan
Botarlle á Terra unha man.

Cativos que pasan fame,
Cidades contaminadas.
O lixo flota nos ríos.
As fragas xa non son fragas.

Non lle digas nada a lúa,.
Teñen pechado o salón.
 Non queren que chegue o día
Sen atopar solucións.

                 Antonio García Teijeiro

El Corsario

   «Del negro abismo de la mar profunda
    sobre las pardas ondas turbulentas,
    son nuestros pensamientos como él, grandes;
    es nuestro corazón libre, cual ellas.
    Do blanda brisa halagadora expire,
    do gruesas olas espumando inquietas
    su furor quiebren en inmóvil roca,
    hed nuestro hogar y nuestro imperio. En esa
    no medida extensión, de playa a playa,
    todo se humilla a nuestra roja enseña.
    Lo mismo que en la lucha en el reposo
    agitada y feliz nuestra existencia,
    hoy en el riesgo, en el festín mañana,
    brinda a nuestra ansiedad delicias nuevas.
    ¿Quién describir pudiera nuestros goces?
    ¡Oh!, no eres tú, que la molicie enerva,
    siervo de los deleites, que temblaras
    de las montañas de olas en la incierta,
    móvil cumbre; ni tú, noble orgulloso,
    del hastío sumido en la indolencia,
    a quien ya el sueño bienhechor no halaga,
    a quien ya los placeres no deleitan.
    Sólo el infatigable peregrino
    de esos caminos líquidos sin huellas,
    cuyo audaz corazón, templado al riesgo,
    al sordo rebramar de la tormenta
    palpitando arrogante, hasta la fiebre
    del delirio frenético en sus venas
    sintiese hervir la sangre enardecida,
    nuestros rudos placeres comprendiera.
    Do el cobarde ve el riesgo, él ve la gloria,
    y sólo por luchar la lucha anhela
    el pirata feliz, rey de los mares.
    Cuando ya el débil desmayado tiembla,
    se conmueve él, apenas... se conmueve
    al sentir que en su pecho se despierta
    osada la esperanza, que atrevida
    su corazón para el peligro templa.
    ¿Qué es a nosotros la temida muerte
    como el rival odioso también muera?
    ¡Qué es la muerte! La muerte es el reposo...
    cobarde, eterno, aborrecible... ¡Sea!
    Serenos aguardémosla. Apuremos
    la vida de la vida, y después venga
    fiebre traidora o descubierto acero
    implacable a romper su débil hebra.
    Cobardes otros, de vejez avaros,
    revuélquense en el lecho que envenena
    dolencia inmunda, y el impuro ambiente
    con flaco pecho aspiren y fallezcan
    luchando con la muerte... ¡Oh, no a nosotros
    fúnebre lecho de agonía lenta;
    ¡césped fresco es mejor...! Y mientras su alma
    sollozo tras sollozo tarda quiebra
    los nudos de la vida, de un impulso
    sus ligaduras rompe y se liberta
    osado nuestro espíritu. Sus restos
    del blanco mármol de su tumba estrecha,
    grabado por el mismo que su muerte
    hipócrita anhelaba, se envanezcan:
    Cuando sepulte el mar nuestro cadáver
    le bastará una lágrima sincera,
    ¡una lágrima sola! Henchido el vaso
    del alegre festín en la ancha mesa
    honra de nuestros bravos la memoria.
    Corto epitafio su valor celebra
    cuando en el día augusto del peligro,
    al repartir el vencedor la presa,
    recuerdo de dolor su frente anubla
    y con voz ronca que insegura tiembla:
    «¡Cuán felices, exclama, nuestra dicha
    los valientes que han muerto compartieran!»
       Así grito salvaje en sordo acento
    repite el eco en las cortadas peñas
    del islote escarpado del Corsario,
    do del vivac se apagan las hogueras;
    y en alegre cantar sus agrias notas
    de los piratas al oído suenan.
    En pintorescos grupos esparcidos
    de fresca playa en la dorada arena,
    aguzan unos sus puñales; otros
    alegres ríen, bulliciosos juegan,
    o sus fieles alfanjes desnudando
    indiferentes, sin afán, contemplan
    la sangre que los mancha. Precavidos
    otros, con mano previsora pliegan
    las anchas velas del bajel osado,
    o el negro flanco recomponen; mientras
    pensativos algunos por la orilla,
    de las olas al son, lentos pasean.
    A quien aguija de inquietud oculta
    el afán incesante, allá en las quiebras
    de las ásperas rocas, lazos tiende
    a las marinas aves, o al sol seca
    la red humedecida; y en la mancha
    que del mar en los límites blanquea,
    con los ojos de la ávida esperanza
    del incauto bajel mira las velas.
    De cien noches de horror y de combate
    los lances con placer todos recuerdan.
    Y de luchar ansiosos se preguntan:
    «¿En dónde buscaremos nuevas presas?»
    ¿Dónde? ¿Qué les importa? Ya lo sabe,
    y basta, el capitán. Fiel obediencia
    es su único deber: saben que nunca
    les faltará el botín, y más no anhelan.
    ¿Y quién es ese capitán? Su nombre
    pronuncian en voz baja y lo respetan
    cuantos habitan las hermosas playas
    que aquellas olas complacidas besan:
    y más no saben, ni saber más quieren
    Les basta un gesto, una mirada. Apenas
    oyen su voz. De sus banquetes rudos
    no anima el regocijo su presencia.
    Mas ¿cómo ante la gloria de sus triunfos
    acusar sus desdenes? Jamás llenan
    para él la roja copa: indiferente
    la mira y a sus labios no la acerca;
    y es su sobrio manjar, que desdeñara
    el más grosero de su banda, y fue
    a ermitaño frugal ración escasa,
    secas raíces de silvestres yerbas,
    rústico pan y los jugosos frutos
    que brinda el árbol en sus ramas tiernas.
    El impuro placer de los sentidos
    desdeñoso su espíritu desprecia,
    ¿Será que su energía no domada
    de esa abstinencia misma se alimenta?
    «Pronto a la mar.»-Y el mar surcan sus naves.
    «A aquella playa el rumbo.»-Y allá vuelan.
    «¡Sus!, ¡a las armas!»-¡Y el botín es suyo!
    Así a su voz, que imperativa ordena,
    sigue la acción; y todos obedecen,
    Y su oculta intención nadie penetra.
    Si suena escrutadora una palabra,
    una mirada de desprecio muestra
    de su temida indignación un rayo:
    no sabe dar su orgullo otra respuesta.

                                       Lord Byron
ÚLTIMA LAMENTACIÓN (IX) 
No acierto a comprender qué afinidades
hay entre el mar y el pensamiento humano,
entre esas dos augustas majestades
que el abismo contienen y el arcano.
Hondas borrascas, sordas tempestades
conmueven la razón y el océano:
sólo que ruge el mar cuando batalla
y el pensamiento en sus tormentas calla.
                                     LORD BYRON




LETRAS HERIDAS

Poemas Mascotas -"Los últimos momentos" 

Cuaderno de las letras 

Antología poética (poemas musicados)

Poemas 

El mundo en verso

Todos somos poetas - A.G. Teijeiro 

Juan Ramón Jiménez: antología de sus versos 

Sonetos de amor (Tarde y Noche) - Pablo Neruda

Poemas León Felipe  
Poemas musicados de Vicente Morena


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